17/9/11

Mensaje por el DOMUND 2011

Como el Padre me envió a mí, yo también os envío a vosotros” (Jn 20,21)

Con ocasión del Jubileo del 2000, el Venerable Juan Pablo II, al inicio de un nuevo milenio de la era cristiana, reafirmó con fuerza la necesidad de renovar el empeño de llevar a todos el anuncio del Evangelio con “el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos” (Carta ap. Novo millennio ineunte, 58). Es el servicio más precioso que la Iglesia puede hacer a la humanidad y a cada persona que busca las razones profundas para vivir en plenitud su propia existencia. Por ello, esta misma invitación resuena cada año en la celebración de la Jornada Misionera Mundial. El incesante anuncio del Evangelio, de hecho, vivifica también a la Iglesia, su fervor, su espíritu apostólico, renueva sus métodos pastorales para que sean cada vez más apropiados a las nuevas situaciones – también las que requieren una nueva evangelización – y animados por el empuje misionero: “, la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal” (Juan Pablo II, Enc.Redemptoris missio, 2).

Id y anunciad

Este objetivo es continuamente reavivado por la celebración de la liturgia, especialmente de la Eucaristía, que se concluye siempre recordando el mandato de Jesús resucitado a los Apóstoles: “Id…” (Mt 28,19). La liturgia es siempre una llamada ‘desde el mundo’ y un nuevo envío ‘al mundo’ para dar testimonio de lo que se ha experimentado: el poder salvífico de la Palabra de Dios, el poder salvífico del Misterio Pascual de Cristo. Todos aquellos que se han encontrado con el Señor resucitado han sentido la necesidad de anunciarlo a otros, como hicieron los dos discípulos de Emaús. Ellos, tras haber reconocido al Señor al partir el pan, “En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once” y refirieron lo que había sucedido durante el camino (Lc 24,33-34). El Papa Juan Pablo II exhortaba a estar “vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: ¡Hemos visto al Señor!” (Carta ap. Novo millennio ineunte, 59).

A todos

Destinatarios del anuncio del Evangelio son todos los pueblos. La Iglesia “es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre” (Conc. Ecum. Vat. II, Decr.Ad gentes, 2). Esta es “la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 14). En consecuencia, no puede nunca cerrarse en sí misma. Se arraiga en determinados lugares para ir más allá. Su acción, en adhesión a la palabra de Cristo y bajo la influencia de su gracia y de su caridad, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y a todos los pueblos para conducirlos a la fe en Cristo (cfr Ad gentes, 5).
Esta tarea no ha perdido su urgencia. Al contrario, “la misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse… una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio” (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 1). No podemos quedarnos tranquilos ante el pensamiento de que, después de dos mil años, aún hay pueblos que no conocen a Cristo y no han escuchado aún su Mensaje de salvación.
No solo; se alarga la multitud de aquellos que, aún habiendo recibido el anuncio del Evangelio, lo han olvidado y abandonado, no reconociéndose ya en la Iglesia; y muchos ambientes, también en sociedades tradicionalmente cristianas, son hoy refractarias a abrirse a la palabra de la fe. Está en marcha un cambio cultural, alimentado también por la globalización, por movimientos de pensamiento y por el relativismo imperante, un cambio que lleva a una mentalidad y a un estilo de vida que prescinden del Mensaje evangélico, como si Dios no existiese, y que exaltan la búsqueda del bienestar, de la ganancia fácil, de la carrera y del éxito como objetivo de la vida, incluso a costa de los valores morales.

Corresponsabilidad de todos

La misión universal implica a todos, todo y siempre. El Evangelio no es un bien exclusivo de quien lo ha recibido, sino que es un don que compartir, una buena noticia que comunicar. Y este don-compromiso está confiado no sólo a algunos, sino a todos los bautizados, los cuales son “raza elegida … una nación santa, un pueblo adquirido por Dios” (1Pe 2,9), para que proclame sus obras maravillosas.
En ello están implicadas también todas las actividades. La atención y la cooperación en la obra evangelizadora de la Iglesia en el mundo no pueden limitarse a algunos momentos y ocasiones particulares, y tampoco pueden ser consideradas como una de las muchas actividades pastorales: la dimensión misionera de la Iglesia es esencial, y por tanto debe tenerse siempre presente. Es importante que tanto cada bautizado como las comunidades eclesiales estén interesados no sólo de modo esporádico e irregular en la misión, sino de modo constante, como forma de la vida cristiana. La misma Jornada Misionera no es un momento aislado en el curso del año, sino que es una preciosa ocasión para pararse a reflexionar si y cómo respondemos a la vocación misionera; una respuesta esencial para la vida de la Iglesia.

Evangelización global

La evangelización es un proceso complejo y comprende varios elementos. Entre estos, una atención peculiar por parte de la animación misionera, se ha dado siempre a la solidaridad. Este es también uno de los objetivos de la Jornada Misionera Mundial, que a través de las Obras Misioneras Pontificias, solicita ayuda para el desarrollo de las tareas de evangelización en los territorios de misión. Se trata de apoyar a instituciones necesarias para establecer y consolidar a la Iglesia mediante los catequistas, los seminarios, los sacerdotes; y también de dar la propia contribución a la mejora de las condiciones de vida de las personas en países en los cuales son más graves los fenómenos de pobreza, malnutrición sobre todo infantil, enfermedades, carencia de servicios sanitarios y para la educación. También esto cae dentro de la misión de la Iglesia. Anunciando el Evangelio, esta se toma en serio la vida humana en sentido pleno. No es aceptable, reafirmaba el Siervo de Dios Pablo VI, que en la evangelización se descuiden los temas que se refieren a la promoción humana, la justicia, la liberación de toda forma de opresión, obviamente en el respeto de la autonomía de la esfera política. Desinteresarse de los problemas temporales de la humanidad significaría “ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad” (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 31.34); no estaría en sintonía con el comportamiento de Jesús, el cual “recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias” (Mt 9,35).
Así, a través de la participación corresponsable en la misión de la Iglesia, el cristiano se convierte en constructor de la comunión, de la paz, de la solidaridad que Cristo nos ha dado, y colabora en la realización del plan salvífico de Dios para toda la humanidad. Los retos que esta encuentra, llaman a los cristianos a caminar junto con los demás, y la misión es parte integrante de este camino con todos. En ella llevamos, aunque en vasijas de barro, nuestra vocación cristiana, el tesoro inestimable del Evangelio, el testimonio vivo de Jesús muerto y resucitado, encontrado y creído en la Iglesia.
Que la Jornada Misionera reavive en cada uno el deseo y la alegría de “ir” al encuentro de la humanidad llevando a todos a Cristo. En su nombre os imparto de corazón la Bendición Apostólica, en particular a cuantos más se fatigan y sufren por el Evangelio.
En el Vaticano, 6 de enero de 2011, Solemnidad de la Epifanía del Señor

BENEDICTUS PP. XVI

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]

17/3/11

Mensaje Cuaresmal al Clero

Queridos hermanos en el Sacerdocio,
El tiempo de gracia, que se nos ofrece para vivirlo juntos, nos llama a una conversión renovada, así como siempre nuevo es el Regalo del Sacerdocio ministerial, a través del cual, el Señor Jesús se hace presente en nuestras vidas y, por medio de ellas, en la vida de todos los hombres.
Conversión, para nosotros Sacerdotes, significa sobre todo conformar cada vez más nuestra vida a la predicación, que cotidianamente podemos ofrecer a nuestros fieles, si de tal modo nos transformamos en “fragmentos” del Evangelio viviente, que todos puedan leer y acoger.
Fundamento de una tal actitud es, sin duda, la conversión a la propia identidad: ¡debemos convertirnos en aquello que somos! La identidad, recibida sacramentalmente y acogida por nuestra humanidad herida, nos pide la progresiva conformación de nuestro corazón, de nuestra mente, de nuestras actitudes, de todo cuanto somos a la imagen de Cristo Buen Pastor, que ha sido impresa sacramentalmente en nosotros.
Tenemos que entrar en los Misterios que celebramos, especialmente en la Santísima Eucaristía, y dejarnos plasmar por ellos; ¡Es en la Eucaristía que el Sacerdote redescubre la propia identidad! Es en la celebración de los Divinos Misterios donde se puede descubrir el “como” ser pastores y el “qué cosa” sea necesario hacer, para serlo verdaderamente al servicio de los hermanos.
Un mundo descristianizado necesita de una nueva evangelización, pero una nueva evangelización exige Sacerdotes “nuevos”, pero no en el sentido del impulso superficial de una efímera moda pasajera, sino con un corazón profundamente renovado por cada Santa Misa; renovado según la medida del amor del Sagrado Corazón de Jesús, Sacerdote y Buen Pastor.
Particularmente urgente es la conversión del ruido al silencio, de la preocupación por el “hacer” al “estar” con Jesús, participando cada vez más conscientemente de Su ser. ¡Cada acción pastoral tiene que ser siempre eco y dilatación de lo que el Sacerdote es!
Tenemos que convertirnos a la comunión, redescubriendo lo que realmente significa: comunión con Dios y con la Iglesia, y, en ella, con los hermanos. La comunión eclesial se caracteriza fundamentalmente por la conciencia renovada y experimentada de vivir y anunciar la misma Doctrina, la misma Tradición, la misma historia de santidad y, por lo tanto, la misma Iglesia. Estamos llamados a vivir la Cuaresma con un profundo sentido eclesial, redescubriendo la belleza de estar en una comunidad en éxodo, que incluye a todo el Orden sacerdotal y a toda nuestra gente, que mira a los propios Pastores como a un modelo de segura referencia y espera de ellos un renovado y luminoso testimonio.
Tenemos que convertirnos a la participación cotidiana del Sacrificio de Cristo sobre la Cruz. Así como Él dijo y realizó perfectamente aquella sustitución vicaría, que ha hecho posible y eficaz nuestra Salvación, así cada sacerdote, alter Christus, es llamado, como los grandes santos, a vivir en primera persona el misterio de tal sustitución, al servicio de los hermanos, sobre todo en la fiel celebración del Sacramento de la Reconciliación, buscándolo para sí mismos y ofreciéndolo generosamente a los hermanos, juntamente con la dirección espiritual, y con la oferta cotidiana de la propia vida en reparación por los pecados del mundo. Sacerdotes serenamente penitentes delante del Santísimo Sacramento, que capaces de llevar la luz de la sabiduría evangélica y eclesial en las circunstancias contemporáneas, que parecen desafiar nuestra fe, se vuelvan en realidad auténticos profetas, capaces, a su vez, de lanzar al mundo el único desafío auténtico: el desafío del Evangelio, que llama a la conversión.
A veces, la fatiga es verdaderamente grande y experimentamos ser pocos, con respecto a las necesidades de la Iglesia. Pero, si no nos convertimos, seremos cada vez menos, porque sólo un sacerdote renovado, convertido, “nuevo” se convierte en instrumento eficaz, a través del cual, el Espíritu llama a nuevos sacerdotes.
Confiamos este camino cuaresmal, a la Bienaventurada Virgen María, Reina de los Apóstoles, suplicando a la Divina Misericordia, que sobre el modelo de la Madre celeste, nuestro corazón sacerdotal se vuelva también “Refugium peccatorum”.

S. Em. R. el Cardenal Mauro Piacenza. Prefecto de la Congregación para el Clero

11/3/11

Experiencia de la Cuaresma

“Como Iglesia diocesana hemos iniciado la ‘Misión Permanente’. Ésta exige de cada bautizado, laico, sacerdote o consagrado, una profunda ‘conversión pastoral’. El trípode cuaresmal de la oración, el ayuno y la caridad propicia que todos nos renovemos para ser auténticos y generosos ‘discípulos-misioneros’ que llevemos a Jesús al encuentro de todos, empezando por los más necesitados de su cercanía salvífica”, expresa en su mensaje de Cuaresma el obispo de Catamarca, monseñor Luis Urbanc.
Por otro lado, en el “Año de la Vida”, el prelado llama a intensificar la oración “para que toda vida humana desde su concepción hasta el momento que Dios la lleve a su presencia, sea respetada, cuidada y amada”. Y subraya: “Quien respeta y ama toda vida humana, adora verdaderamente a Dios que es Vida y Amor, es decir, que va encaminando bien su fe, su religión”.
También, al hacer referencia a las elecciones que se realizarán próximamente en la provincia, destaca el “discernimiento” que “conlleva siempre esta acción ciudadana” e invita a que “hagamos ayuno de palabras y promesas vanas para disponer nuestras mentes y corazones a asumir con responsabilidad y compromiso la transformación de la realidad”.
Por último, tras reproducir algunos fragmentos del mensaje de Cuaresma del papa Benedicto XVI para este año, anima a sus fieles a “no tener miedo de hacer la experiencia de una ‘atrevida cuaresma’, a saber, que en cada uno de sus hogares mejore el diálogo con Dios, que no tengan miedo de dar y darse a los demás, y que se empeñen en aniquilar el egoísmo con un sostenido ayuno; a fin de que, todos, nos encontremos renovados para celebrar el Misterio Pascual de Jesucristo, fundamento único y definitivo de toda esperanza humana”.

Aica.org

23/8/10

¿El aborto, un derecho humano?

En el Año Internacional de los Jóvenes, inaugurado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el pasado 12 de agosto, organismos internacionales están tratando de promover el aborto como un derecho humano, alerta el diario vaticano.
La edición italiana "L'Osservatore Romano" ( 23-24 de agosto de 2010) explica que entre estos organismos destaca el Fondo de las Naciones Unidas para la Población (UNFPA).
"En la página web del UNFPA se constata que varias iniciativas de la ONU para los jóvenes están orientadas a la promoción del acceso universal a los servicios de salud sexual y reproductiva, lenguaje que como es sabido hace referencia a la anticoncepción y al aborto, así como a la promoción de una educación sexual desenvuelta", explica el diario vaticano.
"También desagrada el que en los documentos provisionales publicados ante la conferencia preparatoria que se celebra en León, México, del 23 al 27 de agosto, no se mencione la Convención para los Derechos del Niño", añade "L'Osservatore Romano".
"Este documento ciertamente no es perfecto, pero subraya los derechos y deberes básicos de los padres para educar y criar a sus hijos".
En el borrador de declaración de la conferencia preparatoria, sin embargo, no se citan los términos "hijo" o "padres".
En esta ausencia el diario vaticano ve "una concepción radical de autonomía juvenil, que busca romper todos los lazos entre padres e hijos y, por tanto, golpear el corazón de la familia no ayuda a los jóvenes".
"L'Osservatore Romano" pide que se tenga en cuenta la Carta Magna de Valores para una Nueva Civilización que ha presentado este mes de agosto a las Naciones Unidas el Parlamento Universal de la Juventud (World Youth Parliament, http://www.wyparliament.org/, Cf. Jóvenes del mundo presentan una Carta Magna de Valores en la ONU).
Zenit
 

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