3/10/09

La Misión como signo de amor

Por Neto Vargas

El decreto Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, señala que "la Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre". Por ende, la Misión es fruto del designio de Dios Padre. Para cumplir este propósito universal de salvar la humanidad, Dios toma la iniciativa de entrar en la historia humana enviando a su propio Hijo en carne nuestra y nació de María, nuestra Madre.
Jesús fue enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y los hombres, pero no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos, es decir, de todos. De esta manera, Jesús empezó su misión en Nazaret retomando las palabras del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí; porque me ungió. Me envió a evangelizar a los pobres, a predicar a los cautivos la libertad y la recuperación de la vista de los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor" (Lc. 4,18-19).
Una vez terminada su misión en la tierra, Jesús volvió a la casa del Padre después de su resurrección. Para que la misión continúe en la tierra, Cristo prometió de enviar al Espíritu Santo. Por eso, el día de Pentecostés descendió el Espíritu Santo sobre los discípulos. Con esta fuerza recibida, los discípulos comenzaron a predicar y difundir el Evangelio por todo los lugares, puesto que Jesús les dijo a sus discípulos en Galilea: Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos... y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 19-20), .
De este mandato del Señor proviene el deber de la Iglesia de propagar la fe y la salvación de Cristo. La misión, pues, de la Iglesia se cumple por la operación con la que, obediente al mandato de Cristo y movida por la gracia y caridad del Espíritu Santo, se hace presente en acto pleno a todos los hombres o pueblos, para llevarlos, con el ejemplo de su vida y la predicación, con los sacramentos y los demás medios de gracia, a la fe, la libertad y la paz de Cristo, de suerte que se les descubra el camino libre y seguro para participar plenamente en el misterio de Cristo.
Hoy, todos tenemos el deber de anunciar a Jesucristo, el Misionero del Padre, con nuestra vida, testimonio, hechos y palabras. Esta tarea del anuncio de la Buena Nueva, no podemos dejar solo a los misioneros, misioneras o laicos comprometidos, sino, como bautizados, estamos llamados a colaborar, para que todo el mundo conozca a Dios Padre, que envió a su Hijo por nuestra salvación.


 

Iglesia Misionera Copyright © 2010 Diseñado por Neto