3/10/09

El rol de los misioneros

Por Michael McCabe


Cuando reconocemos que nuestra misión no consiste en tomar el lugar de la misión de Dios sino en participar en ella, comenzamos a comprender que nuestro primer desafío es esencialmente aquel de la contemplación. La misión es un encuentro con un misterio: el misterio de un Dios misionero cuyo amor abraza al mundo y todos sus habitantes; misterio del poder del Espíritu presente en lugares inesperados, de maneras imprevistas; misterio de la participación del pueblo en el misterio pascual a través de maneras que no hemos conocido ni imaginado. Para encontrar este misterio necesitamos mirar, contemplar, discernir, escuchar, aprender, responder, colaborar.
Nuestra primera tarea como misioneros es buscar y discernir dónde y cómo el Espíritu de Dios está presente y activo entre aquellos a quienes hemos sido enviados. Se trata, esencialmente, de un ejercicio contemplativo. Solo un espíritu contemplativo nos permitirá no imponer nuestro programa en el diálogo que ya existe entre Dios y el pueblo, sino más bien entrar en este diálogo con el corazón y el Espíritu de Cristo, a fin de descubrir el designio de Dios. Solo en la oración podemos aprender a respetar la libertad de Dios, presente y activo en su pueblo antes de nuestra llegada, y a respetar la libertad de la gente que responde a Dios a su manera.
El movimiento misionero moderno estuvo marcado por el trágico divorcio entre contemplación y misión. Se ha dicho, tal vez en broma, que los misioneros pedían a los contemplativos cumplir con la oración por ellos, mientras que aquellos cumplían con la tarea de predicar el Evangelio, de construir la Iglesia. Pero la oración es una dimensión intrínseca, no extrínseca, a la misión. Solo en una contemplación orante, los misioneros pueden concordar con el plan misionero de Dios. Fuera de la oración se corre el grave riesgo de que los misioneros se vuelvan los propagadores de un Evangelio que no es aquel de Cristo, y bautizadores de un Reino que nada tiene que ver con el Reino de Dios. El designio misionero de Dios no puede obtenerse sino a partir de una escucha profunda del Espíritu que sondea la profundidad de Dios y conoce las vías de Dios.
Un misionólogo contemporáneo, Kosuke Koyoma, acusa a los misioneros occidentales de deformar el Evangelio de Cristo por su "espíritu de cruzada" y su "complejo de profesores". Les pide desarrollar lo que llama un "espíritu crucificado" (Koyama 1974, 117ss). Pero, ¿qué es un "espíritu crucificado"? Según Koyoma es "un espíritu de renuncia que se apoya en la renuncia de Cristo.... Es el espíritu que no busca el provecho por el provecho. Es el espíritu de volverse lo peor de la humanidad ya que esto aportará algo mejor para los otros" (ibid., 131). Estoy de acuerdo con Koyoma y añadiría que sin una vida profunda de oración nunca podremos esperar desarrollar el espíritu crucificado de Cristo.
Es urgente que los misioneros ahora revistan algo de esta unidad entre contemplación y acción apostólica, que marcó al movimiento misionero monástico de la Edad Media. Según Bosch, "gracias al monaquismo es como se desarrolló gran parte del auténtico Cristianismo en el transcurso de los sombríos períodos de Europa y más allá.... En medio de un mundo gobernado por el amor de sí, las comunidades monásticas eran un signo visible y una primera realización de un mundo gobernado por el amor de Dios" (Bosch 1991, 230). Felizmente, Redemptoris Missio ha recorrido cierto camino para corregir el divorcio entre el apostolado misionero y el contemplativo, describiendo al misionero como un "contemplativo en acción" (RM 91), señalando así la relación íntima entre la acción y la contemplación de la vida del misionero. Si es verdad que "el cristiano de mañana será un místico o no será nada", como lo ha dicho, al parecer, Karl Rahner, es más verdad aún que el misionero de mañana será un místico o no sobrevivirá.

 

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